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No hablamos suficientemente de la paz.

La paz no es algo que se pueda ganar. Es algo que, simplemente, no debemos perder.

Tal vez porque creemos que está garantizada,  o porque es invisible. Lamentablemente, la guerra tiene imágenes, tiene ruidos, gritos, cifras, uniformes, héroes y tumbas. La paz, en cambio, no se ve, hasta que la hacemos visible de forma consciente. Habita en lo cotidiano: en una conversación sin miedo o en una escuela libre y abierta. 

Importante: La paz no debe ser el estado de la ausencia de la guerra.  La paz no es un simple estado, sino una decisión.

Mis abuelos, pero también mi padre no hablaban mucho del pasado. Apenas frases sueltas, un gesto que se interrumpía, una mirada hacia otro lado. La paz, para ellos, no era una utopía. Era lo mínimo que podía ofrecerles el tiempo. El derecho a dormir tranquilos. A vivir sin esperar malas noticias.

¿Qué decían ellos?

El escritor Robert Musil hablaba del sentido de lo posible, esa capacidad humana de imaginar lo que aún no existe. Quizá la paz es precisamente eso: una posibilidad, no un estado. Algo que debemos elegir cada día, aunque sepamos que puede desaparecer en cualquier momento.

Hannah Arendt no entendía la paz como la mera ausencia de violencia, sino como el inicio de la responsabilidad. La responsabilidad de actuar con otros y de pensar con otros para compartir el mundo sin anular al que es diferente. El espacio donde comienza la política sana y verdadera, en su forma más noble: como diálogo entre iguales. La paz es lo que hace posible que el poder nazca del consentimiento, no del miedo.

Por otro lado, Stefan Zweig, desde el exilio, escribió que había vivido el colapso de todas las certezas. Vio cómo se deshacía Europa, cómo se perdía la confianza, cómo se rompían las palabras. Decía; «La cultura solo puede florecer en paz. Sin ella, todo lo que da sentido a la vida se marcha. Las bibliotecas arden, las ideas se silencian, la música se apaga.»

Y luego está Nelson Mandela que pasó veintisiete años en prisión. Aislado. Pero cuando salió, no gritó venganza. Extendió la mano a sus carceleros. No porque olvidara, sino porque comprendía algo más profundo: sin perdón, no hay paz duradera. Y sin paz, no hay país. Mandela sabía que la paz no es el final del conflicto, sino su transformación,  no es una debilidad, sino la sabiduría.

¿Cuál es el beneficio de la paz?

Uno podría preguntarse: ¿Y qué ganamos con ella? ¿Cuál es el beneficio de la paz?

Quizá sea esto: que en tiempos de paz las personas pueden ser simplemente personas. No enemigos, no soldados, no víctimas. Solo personas. Que los niños pueden aprende y que las palabras pesan más que las armas.  Que alguien pueda escribir, amar y construir sin miedo. Que podemos envejecer sin haber sido obligados a matar o a huir.

La guerra nos da mártires, banderas, discursos. La paz nos da tiempo. Nos da memoria. Nos da nuestra libertad.

Y cuando algún día miremos atrás, lo que lamentaremos no será la paz que tuvimos, sino el momento exacto en que dejamos de defenderla.

Porque la paz no es algo que se pueda ganar. Es algo que, simplemente, no debemos perder.

Author Leonard Glab Frontera

Comunicación estratégica | Investigación en conflictos y crisis interculturales | Mediador de paz | Profesor universitario

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