«Fronteras, nunca he visto una, pero he oído que existen en la mente de algunas personas.»
Esta frase aparece alrededor de una fotografía de mi hija Alba de 6 años, con las manos abiertas, frente a los restos del Muro de Berlín, colgada en mi despacho. Una imagen sencilla, tomada en una noche mágica en Berlín, pero cargada de sentido, por lo menos para mí. Esta imagen me acompañó como telón de fondo durante mi reciente diálogo con Ángeles, de Open Arms, en nuestra serie «Pensar sin barandillas». Hablamos de cooperación, de humanidad, de responsabilidad. Y sobre todo, de cómo seguir creyendo en el otro cuando todo alrededor parece romperse.
Ángeles no necesita adornos para explicar lo esencial. Open Arms salva vidas en el Mediterráneo, sí. Pero hace algo más: protege algo aún más frágil, la fe en la humanidad. En sus palabras, rescatar también es un acto simbólico. Es sostener la esperanza cuando las políticas cierran los ojos. Es elegir no mirar hacia otro lado.
Las fronteras, recordábamos, no son más que construcciones mentales. La movilidad forma parte de lo humano. Y sin embargo, en Europa seguimos levantando muros físicos y emocionales, mientras olvidamos, o ignoramos deliberadamente nuestra responsabilidad histórica y actual en muchos de los conflictos y migraciones que se viven hoy.
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La educación como punto de inflexión
Uno de los momentos más reveladores del diálogo fue cuando Ángeles compartió lo que escucha al visitar institutos. No se trata de indiferencia, sino de expresiones, sin pensar, que reflejan cierto odio aprendido, repetido casi sin conciencia.
Esto plantea una pregunta urgente: ¿cómo se construye esa mirada hacia el otro? ¿Qué contexto social, mediático y educativo estamos ofreciendo para que la desconfianza crezca tan fácilmente?
Aquí aparece una preocupación profunda. Hemos desarrollado una educación que prepara para competir, no para cooperar. Una educación que premia el logro individual, pero olvida el valor de lo colectivo. En ese marco, cuando aparece la incertidumbre, solemos responder con miedo en lugar de apertura. Cerramos la puerta cuando más falta haría abrirla.
Resonancia: clave para la cooperación
Desde G-Lab-2b, en nuestro modelo ECOOPx, hemos desarrollado una dimensión llamada resonancia. Resonancia significa conexión: con uno mismo, con los demás, con el planeta. No es un elemento en el sentido espiritual, se trata de relaciones.
Sin esa conexión, la cooperación se vuelve técnica, superficial, a veces incluso violenta en su forma de imponerse.
Hoy vivimos inmersos en ruido. Demasiado estímulo, poca presencia. Y sin embargo, como dijo Ángeles con una claridad desarmante: a veces, lo que más necesita un niño que lo ha perdido todo no son palabras, sino una mano que se le tienda en silencio.
Proyecto Origen: construir desde la raíz
Open Arms también trabaja algo lejos del mar. En Senegal, impulsan el Proyecto Origen, una iniciativa que busca empoderar a las comunidades locales a través de formación y acceso a información veraz. No se trata de impedir que las personas migren, ese derecho debe seguir siendo sagrado, sino de que lo hagan de forma segura, digna, consciente.
Este proyecto no impone soluciones desde fuera. Se construye desde dentro, con una visión compartida. Y ahí reside su fuerza.
Mirar, escuchar, acompañar
Este diálogo no solo me ha dejado certezas, también una inquietud persistente: ¿qué mundo estamos dejando crecer cuando dejamos de mirarnos a los ojos?
La cooperación intercultural no se construye con grandes discursos, sino con gestos concretos. Una galleta compartida en un barco. Una mano tendida sin palabras. Un silencio que acompaña sin exigir.
A veces, los pequeños actos de cuidado son los que sostienen la humanidad entera.
Hoy hemos entendido que cooperar es mucho más que trabajar juntos o ayudar: es elegir no mirar hacia otro lado y mantener de esta forma, la fe en la humanidad.