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Cuando paseamos por las calles de nuestras ciudades y pueblos, nos puede invadir a momentos una sensación, una pregunta silenciosa, a veces resignada: ¿Todavía es posible cambiar algo? ¿Podemos, como sociedad, transformarnos verdaderamente, o somos ya simples piezas dentro de un sistema que se perpetúa a sí mismo?

La idea de que la sociedad puede transformarse no es nueva. Ya en la Ilustración se creía en el poder del progreso guiado por la razón. El ser humano libre y consciente debía ser capaz de modelar su mundo. También Karl Marx, aunque con un tono muy distinto, veía la sociedad como algo moldeable, como el resultado de batallas sociales. Su célebre frase en las Tesis sobre Feuerbach “Los filósofos no han hecho más que interpretar el mundo de diversos modos; de lo que se trata es de transformarlo” fue el lema de generaciones enteras….

…pero ¿qué significa eso hoy, en tiempos de algoritmos, crisis globales y complejidad extrema?

La sociedad como observadora de sí misma

Niklas Luhmann, uno de los pensadores más complejos, pero también más lúcidos del siglo XX, lo formuló con una cierta radicalidad: la sociedad se observa a sí misma. No está compuesta de individuos, sino de comunicación. Y cuando cambia la comunicación, cambia la sociedad.

¿Demasiado abstracto? Puede ser. Pero pensemos en un ejemplo sencillo: el término “crisis climática” apenas existía en el debate público hace dos décadas. Hoy moldea el pensamiento de generaciones enteras. No porque el clima haya cambiado repentinamente de un día al otro, sino porque comenzamos a hablar de él de otra manera. Nuevos conceptos generan nuevas realidades.

La sociedad cambia cuando cambia la manera en que se cuenta a sí misma. Cuando empieza a cuestionar sus estructuras, a reescribir sus relatos.

Ahora bien, todo esto no basta si perdemos de vista al ser humano. Porque la sociedad no es solo un sistema de normas o estructuras; vive a través de las personas que piensan, actúan sobretodo, imaginan.

El ser humano, como decía Cornelius Castoriadis, es un ser que imagina. Eso significa: no solo habitamos la sociedad, también la creamos, a cada instante, con nuestras palabras, nuestros gestos, nuestras decisiones.

Y por eso, en cada uno de nosotros reside una parte de la transformación. No en un sentido heroico. Nadie está obligado a salvar el mundo. Pero todos podemos hilar un nuevo hilo en el gran tapiz de nuestras relaciones sociales.

Entre la impotencia y la posibilidad

Claro que el cambio es difícil y los sistemas son lentos, así es democracia, así lo hemos diseñado hasta ahora. Pero a menudo somos nosotros mismos quienes más tememos el cambio: por comodidad, por miedo, por costumbre.Pero sería intelectualmente deshonesto y éticamente irresponsable renunciar por ello a la posibilidad del cambio, o mejor dicho, el salto social.

IA y crisis climática: dos espejos del mismo desafío

Pocas combinaciones ilustran mejor nuestra capacidad y nuestra urgencia de transformación que el cruce entre inteligencia artificial y crisis climática. Por separado, ya son desafíos colosales. Juntas, nos obligan a repensar el rumbo de la civilización.

La inteligencia artificial promete optimizar lo que hacemos: prever catástrofes, gestionar recursos, diseñar soluciones en tiempo récord. Algunos algoritmos ya predicen incendios forestales, monitorizan el deshielo polar o ajustan el consumo energético de ciudades enteras. La tecnología está, sin duda, preparada para ayudar.

Pero la pregunta no es si la IA puede salvar el planeta. La verdadera pregunta es:
¿Queremos que lo haga? ¿Y bajo qué condiciones?

Porque una IA «programada» por intereses económicos sin horizonte ético puede también acelerar la destrucción: minería de datos, consumo energético «brutal», automatización sin conciencia. De nada sirve predecir el colapso si no estamos dispuestos a cambiar las causas.

Aquí la sociedad se enfrenta a un espejo. Un espejo que no solo refleja lo que somos, sino lo que podríamos ser. La IA, como el cambio climático, no es solo un desafío técnico. Es una pregunta profundamente humana:
¿Qué futuro estamos dispuestos a imaginar?

Ambas crisis, la ecológica y la algorítmica, nos exigen lo mismo: transformar nuestras prioridades, redefinir el progreso, y sobre todo, volver a pensar lo común.

El espejo que miramos, no nos obliga a elegir entre naturaleza, tecnología y sociedad, sino a reconciliarlas: a reconocer en su reflejo la posibilidad de una visión común para un futuro más justo y habitable.

Author Leonard Glab Frontera

Investigación en conflictos y crisis interculturales | Mediador de paz | Profesor universitario | ECOOPx.io

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