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Por Javier Wilhelm Wainsztein

Después de más de tres décadas trabajando como psicólogo y mediador, he sido testigo de cómo la diversidad ha pasado de ser un concepto abstracto para convertirse en una realidad que modela profundamente nuestra vida cotidiana. En mi experiencia acompañando a personas y grupos en procesos de transformación, he podido observar cómo la diversidad emerge no solo como un desafío, sino como una fuente inagotable de aprendizaje y crecimiento colectivo.

Mi trabajo me ha permitido ver de primera mano cómo las crisis recientes, especialmente la pandemia, han expuesto tanto nuestra interdependencia como nuestras diferencias. En las sesiones de mediación, he observado cómo las personas luchan con la tensión entre la necesidad de conexión y el miedo a lo diferente. Esta dinámica se ha intensificado en un mundo cada vez más polarizado.

El contexto actual de la diversidad

Nos encontramos en un momento de transformación acelerada, marcado por factores como la digitalización, el cambio climático y los conflictos geopolíticos. La sociedad cambia permanentemente, el cambio es omo inherente al ser humano. Algunas cuestiones que hemos vivido han hecho que el cambio se haya acelerado de un ritmo vertiginoso en los últimos años.

Esta aceleración del cambio viene acompañada de desafíos significativos. Un informe del Foro Económico Mundial de 2020 identifica dos factores fundamentales de transformación: la pandemia global y la irrupción de la inteligencia artificial. Estos elementos no solo están alterando nuestra economía sino también nuestra forma de relacionarnos y entender quiénes somos.

Interseccionalidad

La interseccionalidad, un concepto desde el que reflexiono frecuentemente en mi práctica, nos ayuda a entender que cada persona es como un diamante con múltiples facetas. En mi consulta, he visto cómo la identidad de cada individuo se construye a través de la intersección de su género, cultura, etnia, orientación sexual, profesión y roles familiares. Esta comprensión ha sido fundamental para desarrollar intervenciones más efectivas y respetuosas.

Me preocupa especialmente observar cómo, en un mundo supuestamente más conectado, seguimos construyendo muros, tanto físicos como psicológicos. Escucho y encuentro constantemente barreras invisibles que separan a las personas: prejuicios arraigados, miedos no reconocidos y patrones de comunicación disfuncionales.

El lenguaje, como he podido comprobar en innumerables sesiones terapéuticas y de mediación, tiene un poder transformador extraordinario. Las palabras pueden construir puentes o levantar muros, pueden sanar o herir, incluir o excluir. Esta comprensión me ha llevado a ser especialmente cuidadoso con el uso del lenguaje en mi práctica profesional.

Tres niveles de trabajo para avanzar hacia una sociedad más inclusiva

A nivel personal, he comprobado que el cambio comienza con la autorreflexión y el cuestionamiento de nuestros propios sesgos. Así, trabajo con las personas para desarrollar una curiosidad genuina hacia lo diferente, transformando el miedo en interés y la desconfianza en apertura.

A nivel relacional, facilito la creación de espacios seguros donde las personas pueden compartir sus experiencias y vulnerabilidades. Como suelo decir a mis alumnos, «somos seres sociales y existimos porque hay un otro que nos da identidad». He visto cómo estos encuentros improbables, siguiendo a Lederach (2012) pueden transformar prejuicios arraigados en comprensión y empatía.

El arte y la cultura han sido aliados invaluables en mi desarrollo profesional. He presenciado momentos mágicos donde la música, el teatro o la pintura crean conexiones profundas entre personas que aparentemente no tenían nada en común. Como digo a menudo, «cuando dos personas se emocionan juntas ante una obra de arte, se crea un puente invisible entre ellas».

 

Mediación transformativa

La mediación transformativa, enfoque que he practicado a lo largo de mi carrera, ofrece un marco valioso para gestionar la diversidad. Mi experiencia me ha enseñado que el conflicto, cuando se aborda adecuadamente, puede ser una oportunidad para el crecimiento y la transformación social.

En mi práctica, he observado patrones recurrentes en los conflictos, como la tendencia, de mucha gente, a deshumanizar al otro o a patologizar las diferencias (“el otro está loco”,” con ella es imposible hablar”) Sin embargo, también he sido testigo de cómo el contacto estructurado y facilitado puede transformar estas dinámicas negativas en oportunidades de aprendizaje y crecimiento mutuo.

La evidencia científica respalda lo que he observado en mi práctica. El metaanálisis de Pettigrew y Tropp (2006) confirma que el contacto intergrupal reduce significativamente los prejuicios. Estos autores analizaron más de 500 estudios, confirmando que el contacto intergrupal reduce el nivel de prejuicio entre personas.

Los hallazgos sugieren que:

  • El contacto estructurado y facilitado entre personas, puede reducir efectivamente los prejuicios.
  • La cooperación hacia objetivos comunes puede transformar relaciones hostiles.
  • La recategorización y la construcción de identidades inclusivas pueden facilitar el diálogo.
  • Las intervenciones empáticas pueden promover el entendimiento mutuo.

Mirando hacia el futuro, mi experiencia me dice que el éxito en la gestión de la diversidad no radica en eliminar las diferencias, sino en aprender a valorarlas y aprovecharlas como fuente de enriquecimiento colectivo. Como sociedad, nuestro desafío es desarrollar la capacidad de mantener diálogos constructivos y generar aprendizajes significativos a partir de nuestras diferencias. A nivel sistémico, la implementación de prácticas y políticas que promuevan activamente la inclusión resulta esencial para generar cambios sostenibles.

La diversidad no es solo un concepto teórico o un ideal abstracto; es una realidad vivida que requiere compromiso, trabajo constante y una disposición genuina para aprender del otro. En mi experiencia como profesional de la salud mental y la mediación, he comprobado que cuando creamos espacios seguros para el encuentro y el diálogo, las diferencias que nos separan pueden convertirse en puentes que nos unen.

La evidencia sugiere que el éxito en la gestión de la diversidad no se mide por la ausencia de diferencias o conflictos, sino por la capacidad de una sociedad para mantener diálogos constructivos y generar aprendizajes significativos a partir de sus diferencias. Esta capacidad se desarrolla a través de un compromiso sostenido con políticas públicas inclusivas y un reconocimiento activo del valor inherente hacia lo diferente.

En un mundo cada vez más interconectado, pero paradójicamente dividido, la diversidad emerge no solo como una realidad innegable sino como un desafío crucial para nuestra convivencia global.

 

[1] https://es.weforum.org/stories/2020/10/tu-proximo-cambio-de-trabajo-podria-ser-mas-facil-de-lo-que-piensas/

[2] Lederach, J. P. (2012). Más allá de la mesa. Espacios estratégicos.

[3] Pettigrew, T. F., & Tropp, L. R. (2006). A meta-analytic test of intergroup contact theory. Journal of personality and social psychology90(5), 751.

Author Javier Wilhelm Wainsztein

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