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Las crisis, tal como las entendemos habitualmente, no solo son hechos objetivos; también son construcciones de distintas percepciones. Por ejemplo: Un cinco por ciento de inflación puede interpretarse como una crisis económica o como parte de un ciclo económico normal. Una ola migratoria puede percibirse como un reto humanitario o como una amenaza incontrolable. Entonces, ¿quién determina qué constituye una crisis? ¿Los medios de comunicación? ¿Los políticos? ¿Los expertos? ¿O es la sociedad misma, a través del sentimiento colectivo y el discurso público [1][6]?

Tres perspectivas sobre la crisis para entender su factor ambiguo

  • La visión objetiva: Una crisis es un evento medible definido por indicadores claros, como tasas de desempleo o datos climáticos [1][6].
  • La visión discursiva: Una crisis solo existe cuando es discutida por suficientes personas y genera acción política [1][6].
  • La visión integrada: La realidad y la representación mediática interactúan: los hechos reales y su difusión en el discurso público refuerzan la sensación de crisis permanente [6][9].

Primero una mirada atrás para más contexto

Si rebobinamos un poco, desde que existe la civilización humana, las crisis han moldeado la historia. Guerras, epidemias o hambrunas: las sociedades siempre han enfrentado amenazas existenciales. Sin embargo, nunca antes el término crisis había sido tan omnipresente como lo es hoy. Crisis económicas, crisis climáticas, crisis sanitarias, crisis migratorias: la narrativa de la crisis parece abarcarlo todo.

¿Pero realmente vivimos en una era de emergencia constante o ha cambiado nuestra percepción?

Miramos un poco más atrás en el tiempo, históricamente el concepto de crisis ha tenido distintos significados según las culturas y disciplina:

En la antigua Grecia, el término representaba un momento decisivo entre la vida y la muerte (en la medicina), el bien y el mal ( en el ámbito del derecho) o la salvación y la condena ( en la teología) [1]. Por otro lado, en la época romana, la palabra crisis en latín se centraba principalmente en la medicina misma, indicando el punto de inflexión de una enfermedad, que podía llevar a la recuperación o la muerte [1].

En chino (mandarín), la palabra para crisis está compuesta por dos caracteres: wei (peligro) y ji (oportunidad), lo que resalta su doble naturaleza como riesgo y potencial [3][7][9]. Aunque la interpretación popular sugiere que ji significa explícitamente «oportunidad», los lingüistas señalan que más precisamente denota un «momento crucial» o un punto de inflexión, y que la lectura de «oportunidad» es una reinterpretación moderna [3][7][9].

Entonces, una crisis representa un punto de inflexión decisivo en un desarrollo peligroso. Sin embargo, si un evento constituye realmente un punto de inflexión solo suele quedar claro en retrospectiva, una vez que la crisis ha sido superada o resuelta.

Otro aspecto: las crisis solían ser eventos claramente definidos, por ejemplo, una guerra terminaba con un tratado de paz o una hambruna concluía con una buena cosecha.

Las crisis transfronterizas

En la actualidad, enfrentamos un tipo de crisis que desafía nuestras estructuras tradicionales de respuesta y comprensión, dinámicas interconectadas; sociales, políticas y la alta acumulación de conocimiento y su rapidez de actualización lo hacen muy difícil de entender y encajar.

En resumen, no se trata únicamente de eventos aislados sino de una sensación de malestar continuo, impulsada por fenómenos como el cambio climático, los conflictos armados en distintas regiones y desastres naturales que ocurren en cualquier parte del mundo. Estas crisis, denominadas crisis transfronterizas [1][2][4], nos afectan a todos de alguna manera, ya sea porque sus consecuencias llegan tarde o temprano a nuestras vidas o porque estamos constantemente informados y conscientes de su impacto transcendental.

En concreto y desde una perspectiva académica, podemos identificar tres dimensiones fundamentales de este tipo de crisis:

  • Dimensión espacial: No están contenidas dentro de fronteras nacionales. La crisis climática, por ejemplo, afecta a todas las regiones del mundo sin distinción, al igual que la inestabilidad económica que se propaga en los mercados globales con una velocidad sin precedentes [1][4].
  • Dimensión temporal: No pueden delimitarse con claridad en términos de inicio y fin. A diferencia de crisis tradicionales como una recesión económica cíclica o un conflicto bélico con tratados de paz concretos estas crisis evolucionan de manera continua, acumulando los efectos a lo largo del tiempo [1][2].
  • Dimensión institucional: No existe una única autoridad capaz de resolverlas. Los estados, pero también las organizaciones internacionales (privadas) funcionan bajo lógicas “fragmentadas” lo que dificulta la construcción de respuestas cooperativas [1][4].

Desde la teoría del cambio transformacional y la gestión de crisis estas características nos obligan a replantear las estrategias tradicionales de resolución de problemas y de cooperación. La interdependencia global demanda nuevos enfoques de cooperación y también de gobernanza.

El potencial de la crisis: momentos de convergencia

Es un hecho que las crisis no son únicamente destructivas, también pueden concentrar la atención y pueden dar lugar a momentos de convergencia, es decir, puntos de inflexión concreto con un cierto enfoque, en los que las sociedades (y la política) se movilizan y realmente actúan [1][6].

La crisis climática, por ejemplo, si se reconoce ampliamente, podría impulsar un cambio sistémico profundo [1][4]. La verdadera cuestión no es si vivimos en una crisis perpetua, sino cómo podemos aprender a utilizarla como catalizador del progreso y la cooperación intercultural.

Fuentes:

Author Leonard Glab Frontera

Comunicación estratégica | Investigación en conflictos y crisis interculturales | Mediador de paz | Profesor universitario

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