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En este artículo no quiero exponer pensamientos o tesis terminadas, sino preguntas abiertas, reflexiones que me ocupan en estos momentos y preguntas que todos deberíamos hacernos sobre nuestro tiempo actual que vivimos.

Quiero comenzar con una pequeña historia que he oído sobre un taller mecánico y sus correspondientes trabajadores.

Tal vez una escena clásica y casi idílica como se podría pensar, ya que era una taller mecánico del barrio de toda la vida: hace algún tiempo, una joven empezó como aprendiz allí, una pequeña revolución en el mundo del taller. Luego llegó una segunda joven, tímida, con «cabello oscuro y una piel más morena». Hablé con el maestro del taller y lo felicité por su nueva aprendiz. Pero su respuesta me sorprendió: «Bueno», dijo, «ella trabaja bien, pero simplemente no es una de los nuestros. Su madre es de Barcelona, pero su padre es de Marrakech».

¿Quién es una de las nuestras?

Cuando oí esta pequeña anécdota permaneció en mi memoria durante mucho tiempo, porque revelaba como de profundo arraigada está la pregunta «¿Quién es uno de los nuestros?» en nuestra cultura española o incluso europea. Una joven, nacida y criada en Barcelona y que habla en castellano y catalán, de repente no es «una de las nuestras». En consecuencia, esta pregunta «¿Quién es uno de los nuestros?» no solo atraviesa la historia de este taller, sino toda la historia europea.

Europa, es un continente moldeado por su peculiaridad geográfica: un espacio al que se podía inmigrar fácilmente por tierra, pero del que era y es difícil salir por el «otro lado» ( a nivel geográfico ). Además, diferentes culturas, religiones, lenguas, todo en un espacio reducido. Lo que hoy suena tan hermoso, como un himno a la diversidad, ha sido durante siglos fuente de conflictos, guerras e intolerancia.

Con el tiempo, Europa ha aprendido que se puede reaccionar  de dos maneras a la diferencia de personas: uno se puede reconocer en el otro a uno mismo o ver en el otro una amenaza, tal vez un grupo competidor. Esta es la vieja tensión entre la integración y la segregación, entre la apertura y la exclusión. Ahora, estos constantes encuentros con «el otro», con la certeza de que nuestras propias verdades no son las únicas, ha moldeado de forma única a Europa. La Iglesia Católica, que durante siglos solo permitió una verdad, fue desafiada por el reconocimiento de que los «falsos» creyentes podían vivir al lado  de manera igual, justa y virtuosa. Y así se formó una cultura europea que siempre tuvo que convivir con la duda, con la coexistencia de múltiples verdades y esto en consecuencia ha dado la «manera de ser» a Europa.

En cambio, hoy vivimos en una época de inmensa transformación donde la presión para cambiar es enorme y tal vez seguirá creciendo. Ya sea por el cambio climático y la migración que conlleva o por la Inteligencia Artificial que revolucionará nuestro mundo laboral. El trabajo tal como lo conocemos desaparecerá poco a poco, y con él, una parte esencial de nuestra identidad. Eso genera miedo. Es el miedo al futuro, el miedo al cambio.

El sueño liberal de unos y enfrente el sueño autoritario de otros

Este miedo se manifiesta en nuestra manera de vivir y hacer política actualmente:  por un lado está el sueño liberal de unos y enfrente el sueño autoritario de otros.

El sueño liberal tal como lo conocemos es el sueño de la Ilustración, el cual confía en el individuo, en la libertad, la racionalidad y el progreso. Pero este sueño se ha transformado en las últimas décadas en una forma casi paródica: el neoliberalismo que entiende la libertad solo como elección de consumo y convierte a los ciudadanos en consumidores. El sueño liberal se ha auto-superado y forzando constantemente a las personas a cambiar y a convertirse en un ser moderno siempre flexible. Pero este sueño no da un hogar y tampoco no proporciona un sentido de pertenencia.

Por otro lado, está el sueño autoritario el cual promete seguridad en tiempos de incertidumbre y busca un regreso a un orden supuestamente natural donde cada uno tiene su lugar fijo en la sociedad. Es un sueño que mira hacia adentro y hacia el propio grupo, la propia nación y ve todo lo extranjero, lo «otro», como una amenaza. Este sueño no solo une a los partidos populistas de derecha en Europa sino también a líderes políticos de todo el mundo, desde Donald Trump hasta Erdoğan y Vladimir Putin. Todos sueñan con un regreso a un pasado idealizado, que en realidad nunca existió.

¿Cómo queremos vivir juntos como sociedad?

Pero en medio de estos dos sueños nos enfrentamos a un gran desafío: la cuestión de cómo queremos vivir juntos como sociedad. ¿Podemos mantener una democracia basada en mercados abiertos y la libertad individual? ¿O nos retiraremos a una fortaleza Europa que levanta muros y renuncia al núcleo liberal de nuestras sociedades?

No hay respuestas fáciles pero está claro que debemos decidir. No se trata solo de la cuestión de «¿Quién es uno de los nuestros?» sino también de quién queremos ser. Podemos ser una sociedad que define sus valores de manera abierta e inclusiva y podemos evolucionar sin traicionar a nuestros principios. La historia demuestra que la democracia y los derechos humanos no son leyes naturales. Existen solo porque creemos en ellos y los defendemos juntos. Y quizás, ese sea el mayor desafío de nuestro tiempo: de tener la imaginación y la voluntad de diseñar una nueva sociedad inclusiva que es capaz de soportar las tormentas del futuro. Si lo lograremos o no sigue siendo una incógnita, pero una cosa es segura: lo que está en juego, es todo lo que somos.

Author Leonard Glab Frontera

Comunicación estratégica | Investigación en conflictos y crisis interculturales | Mediador de paz | Profesor universitario

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